ENSAYOS


La escuela es uno de los lugares en donde los adultos nos encontramos con los pibes. Yo, adulta, en la escuela soy feliz. Pero ellos… ¿son felices?

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Volvemos del receso invernal y voy llegando a la puerta del aula de primero. Los pibitos me rodean como los pollitos a la gallina. En general, me llevo bien con todos mis alumnos, pero los más chiquitos son especialmente cariñosos conmigo. Más allá de que la Mesopotamia asiática les resulta difícil o de que nunca vieron un mapa de Rusia y se sorprenden ingenuamente, nos divertimos mucho juntos.

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Los lunes, en las dos últimas horas de la tarde, me toca un quinto con Sociología. Él no larga el celular. No le interesa nada de lo que podamos aprender. Y me lo hace saber con el gesto del celu. Una y otra vez le digo que lo deje y me escuche. Sigue. No le importa. En un momento, alza la voz y me dice: “Ya lo dejo..”. Me agarró chiva. Todos los lunes la misma historia. Le hago un acta y me saco la chinche. A la semana siguiente, me entero de que el equipo directivo lo suspendió dos días por otra circunstancia. No me sorprende, pero me doy cuenta de que no es conmigo. Me doy cuenta de que es con él mismo y de que el acta solo sumó ruido. Me arrepiento en el acto.

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En un caso, encuentro al máximo. En otro, una adulta que mete la pata. Pero más allá de las voluntades individuales, cabe preguntarse por qué la escuela no fomenta la pedagogía del encuentro. Por qué los adultos nos conformamos con un acta o con una suspensión por dos días. Tanto los de primero con el de quinto, me están diciendo algo a mí y a la escuela. Al mayor, no pude escucharlo. Me cerré en mi estatus de profe y pasé de largo, cuando él me estaba diciendo “encontrémonos, algo falla en vos porque no puedo dejar el celu”. Pero yo no importo. La escuela cierra con él toda posibilidad de encontrarse. La escuela lo expulsa. Lo suspende dos días o le hace actas.

Creo que sacar a los pibes de esa apatía se resuelve con el encuentro. Con sentarse al lado y decirle que lo escucho, que lo escuchamos, que queremos saber qué le pasa. Lo mismo a los pollitos de primero… ¿Qué les pasa que sienten la enorme necesidad de abrazarse a la profe de Historia? ¿Será que ahí es más fácil fomentar el encuentro desde la voluntad individual porque son más chiquitos? ¿Será que el de quinto desafía a la escuela?


Las jornadas docentes, que tenemos por Estatuto, deberían servirnos para fomentar el encuentro en los pibes. No alcanza con juntar a todos y explicarles qué es el bullying. Necesitamos juntarnos nosotros para entender que el reclamo es el reclamo del encuentro y que, si no lo habilitamos, el sistema educativo está condenado al fracaso.



Por Cristina Fernández