ENSAYOS




“El programa para esta noche no es nuevo

Viste este entretenimiento una y otra vez”


“The program for this evening is not new

You’ve seen this entertainment through and through “

(The Movie, Jim Morrison)


El día empezaba, cualquiera que sea, y sabías que 5.30 de la tarde, después de tomar la leche te ibas a juntar en la esquina con los pibes del barrio a jugar. En la escuela te podría haber ido mal, pero nadie se tenía que enterar para que puedas salir. Era el programa de todas las tardes. Se repetía. La calle era el lugar. Si estaban todos era ‘partido’, sino un ‘25’, ‘la mancha’, ‘las escondidas’, ‘metegol entra’ o simplemente cualquier otro juego que surja con los que había.

Me permito un pequeño apartado con ‘metegol entra’. Siempre me pareció un juego mal pensado. Cómo hacer un gol… ¡el hecho más maravilloso del fútbol! te enviaba al arco, el peor lugar (para mucho de nosotros). El mismo espíritu del juego atentaba contra el desarrollo, nadie quería hacer un gol, y el que estaba en el arco, simplemente no atajaba para poder salir.



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Por eso en el barrio inventamos el ‘erra al arco’. Con un par de premisas básicas que para nosotros salvaban el juego. El último jugador que pateaba, si se iba afuera o atajaba el arquero, iba al arco. El palo, como siempre, salvaba. Igual si el arquero daba rebote. Ese pequeño cambio de enfoque permitía que el que estaba en el arco atajase con ganas y el resto pateara con ganas. No había fallas. Un invento a la altura de la rueda, la electricidad o el Family Game para nosotros.

Retomo. Si era invierno un poco más temprano, si era verano, hasta bastante más tarde; cuando el primer padre o la primera madre del barrio venía a buscar a uno, empezaba el desgranamiento y cada cual enfilaba para su casa. La indicación era una sola.

No teníamos edad para cruzar Camino Negro. En aquel entonces, no había semáforo. Cruzando había un baldío, donde los sábados se jugaba a la pelota. Pero había una traba, tenías que tener por lo menos 12 años, además de ser bueno, claro. Nuestro representante para eso era Emiliano, el único de la banda con 12 cumplidos. El resto de nosotros estábamos entre los 8 y los 10 años.

Como cantaba Morrison, el programa no era nuevo, habíamos visto ese entretenimiento una y otra vez, y parecía eterno.



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Hasta que un día la calle empezó a ser un lugar peligroso. Empezamos a juntarnos en las casas. Por una cuestión de espacio ya no estábamos todos, sino 3 o 4, como mucho. Le perdimos el rastro a Luis que era el que más lejos vivía. Unas dos cuadras y media.

Nos fuimos separando.

Nos fuimos encerrando en nuestros espacios particulares y todo fue desapareciendo. Ya con la edad para jugar en el baldío cruzando Camino Negro, fue solo esa actividad la que llevamos adelante, pero solo algunos.

Por suerte siempre tuve olfato para el gol y los sábados me venían a buscar. Hasta que simplemente un día dejamos de salir y dejamos de encontrarnos.

La historia no busca romantizar lo que fue, ni creer que todo pasado siempre fue mejor. Sino problematizar cómo la calle, que era el espacio público del juego por excelencia, fue arrebatado a los pibes y las pibas por el mundo adulto. Con el argumento de la seguridad y la preocupación por parte de madres y padres, ese espacio fue suprimido.

Antes no hacía falta tener una plaza cerca. A nadie se le cruzaba ir al Parque de Lomas, que nosotros lo teníamos a dos cuadras, porque estábamos en la calle. El cuidado de los pibes y las pibas era compartido por el barrio, por la comunidad. Alcanzaba con que la madre de «fulanito de tal» te vea por la ventana para que tu vieja esté tranquila. Había una concepción colectiva y un acuerdo tácito entre adultos y niños, niñas y adolescentes y con eso estaba la situación resuelta.

La calle empezó a ser un “mal lugar”.

Ya no pudimos jugar más.

Callejear, Juntarse en la esquina pasó a estar mal visto. De golpe estar con los más grandes del barrio paso a estar mal visto. Y cambió toda la lógica. El sentido común mutó y la calle ya no era el lugar de encuentro, donde todos los pibes y pibas; de escuela de gestión privada, pública, religiosa, de todas las edades, nos juntábamos a jugar.

Ese lugar de encuentro paso a ser mirado por el mundo adulto como peligroso. Se rompió el pacto tácito. Y ya no fue un lugar.


Hoy, de este lado del escritorio, como un adulto más, que va por el barrio y ve que no hay pibes jugando en la calle hasta la plaza más próxima, pienso: resolvamos lo que tengamos que resolver, volvámonos a encontrarnos con ellos y ellas de nuevo y que la calle sea su espacio, que alcance con que alguien cuide desde lejos para quedarnos tranquilos que los y las pibas están bien, están jugando. No seamos ortibas y devolvámosle la calle a los pibes.