ENSAYOS


«No hay más verdad que la del objeto que corre en la ronda; es su movimiento el que la descubre y la huella que la nombra»

  Anne Dufourmatelle

Terminaban las clases y siempre era un plan ir a la casa de la abuela. Desde las meriendas con dulce casero hasta la pelopincho y las visitas inesperadas, o no tanto. «Viene la prima de tu papá, de Entre Ríos, se queda todo el verano»; «pasamos año nuevo en lo de la Bisa, somos 50, comida a la canasta, el asado los hombres»; «se agregó Juancito, no tenía con quién pasar» «viene la tía abuela, la q es la hermana del corazón».

Del fin de las clases a la organización de las fiestas ya era todo un acontecimiento, el vestuario, los postres, los juegos, el encuentro.

Siempre me llamó la atención la verdadera capacidad alojadora que supera toda capacidad habitacional:  «acá (y un gesto señalador) son todos bienvenidos».

Las mesas largas, el bullicio constante, el tío de chistes pesados, las tías de detalles amorosos y preguntas indiscretas. Siempre el mismo grupo familiar llegando tarde, y los mismos chistes un año tras otro. La repetición de la misma escena, pero otra, con un primo más, un tío menos.

Lo que llamaba la atención de niña hoy se vuelve un gesto conmovedor. Pero ¿Qué es un gesto?

Acaso es una mirada amable, un plato de más? El gesto, un recorte de nuestra historia, marcas de nuestra subjetividad, ese más allá de lo familiar.

Al trabajar con niñeces, en el mejor de los casos ¿por qué no? ofrecemos un gesto, una palabra, un borde como orilla donde descansar. Quizá podamos dejar una marca, de las gratamente recordables, hacer de una visita un verano memorable y una mesa cálida de abundante aroma y la risa compartida.

Se me aparece el gesto como algo innombrable pero que tiene forma de ronda, de intercambio, dónde el reconocimiento se pone a jugar. Un acontecimiento ínfimo con una repercusión enorme.

¿Acaso no es eso la hospitalidad? ¿Hacer lugar a lo extraño, recibirlo y ofrecerle el mejor detalle, ceder algo propio aun sabiendo que podemos perder?… es una apuesta.

Un intento de recuperar esa pisca de refugio.

Apostar al encuentro de la mirada, el detalle, el gesto.


Por Andrea Gutiérrez

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Andrea Gutiérrez