ENSAYOS


Dilan no habla, pero su cuerpo habla por él, sus gestos, sus ojos. Los días le pesan, casi en simultáneo a todas y cada una de sus marcas en la piel. Él se levanta, no  saluda ni interactúa con sus pares, menos que menos con adultos. También le pesa hablar. Cargar una camión de acoplados capaz le sea menos costoso que largar dos palabras.

Me acercó, le ofrezco un cigarro y me dice “engomame Tami”.

Dilan camina a su habitación con la mirada caída y angustiado, abro el candado y entro con él.

“¿Qué pasa papá?”, Le preguntó, y agrego, “te veo más ortiva de lo común”.

Sonríe con desgano.

Le ofrezco otro cigarro que acepta. Se queda en silencio mirando el piso y le da una pitada eterna.

“Me quiero ir ya Tami, no soporto más estar acá. Extraño a mí vieja que no viene a verme, mis sobrinitos, ya están re grandes. Salir a tomar y bailar. Pero ni cabida Tami yo estoy acá, ellos no. Fue”.

Caen lágrimas sobre su mejilla, me acerco y le pegó un abrazo, justo en ese momento deja caer todo el peso de su cuerpo y se puede sentir su corazón latiendo fuerte y con mucha ansiedad.

“Vamos viejo, acá estás de paso, esto es una simple enseñanza de lo que no hay que hacer, ahora ya lo sabes, solo resta pasar lo mejor que se puedan los días, levantarse pensando que ya es otro día y que cuando llegue el tan esperado oficio todo esto será anecdótico, vas a poder estar con tu familia, sobrinos, vas a poder tomarte esos tragos que te gustan y laburar de lo que te gusta hacer, los oficios que tanto quitan horas acá dentro”.

Me abraza fuerte poniendo en palabras un gracias Tami.

A lo cual le digo, vicios tenemos todos.

“No, no te digo gracias por el cigarro. Gracias por el abrazo, me hacía mucha falta”.

“Pégate una ducha y salí a la recreación, pone unos temas y cambiate esa remera fea que en un rato tenés escuela”.

Sonríe cómplice.

“Dale Tami, ahora me baño y te llamo.”

No se puede hablar sin mirar a los ojos.

Debería estar prohibido no sostener la mirada.

Sentir por un rato lo que le pasa al otro, ponerse en su piel y no especular.

Las cosas suceden.

Y cada momento y oportunidad de vernos cara a cara es única e irrepetible. Siempre vamos a tener una excusa imperfecta para sonreír, aunque en ese momento veamos en blanco y negro.

Por Yamila Fernández