ENSAYOS


Decisión Niñez es una novedosa política pública del Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia de la Provincia de Buenos Aires y, desde su inicio, se constituyó en un programa disruptivo en múltiples ámbitos del Sistema de Promoción y Protección de Derechos de la Niñez y Adolescencia bonaerense. Se trata del primer presupuesto público para que niñas, niños y adolescentes presenten ideas en pos de mejorar su comunidad. El proceso de elección está pensado en etapas que intentan desmarcarse constantemente de las formas adultocéntricas a las que estamos acostumbradas y acostumbrados, siendo las mismas niñas, niños y adolescentes las y los que deciden qué proyectos realizar.  Mientras que durante 2021 se financiaron 48 proyectos de $350.000, para este año la cifra asciende a 144 proyectos de $400.000, es decir un total de $57.600.000 cuyos destinos serán decididos por niñas, niños y adolescentes de toda la provincia.



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Esbozada esta breve explicación, en este artículo voy a aprovechar la energía apologista para dejar de lado las cuestiones de carácter técnico y adentrarme en las vivencias que el desarrollo de Decisión Niñez me/nos ha dejado. De antemano advierto que se trata de pequeñas certezas sin una basta argumentación racional, pero como dije, me voy a remitir al plano de la experiencia que está cargadísimo de intuición y emoción, y en fin es lo que nos queda.

La primera certeza es que las pibas y los pibes demostraron estar mucho más preparadas y preparados en el desarrollo del proceso participativo que las adultas y adultos, al menos en los términos que el programa planteaba. Para las y los que somos más grandes se torna difícil y desafiante acompañar desde un lugar cuyo objetivo es “dejar lugar”. Es decir, presenta el doble desafío de estar dejando estar, estar haciendo lugar para que otras y otros sean y estén. No somos malas ni malos, tenemos que aprender.




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Una segunda certeza es que no podemos utilizar sólo el recurso de las palabras. El lenguaje del mundo adulto está cargado de volteretas, tecnicismos y estructuras que repetimos pero que pocas veces nos ponemos a reflexionar. En cambio, tenemos otros lenguajes, cómo la pintura, la música, el juego, el teatro, que nos permiten fabular, romper con las limitaciones del corralito en el que vivimos y permitirnos soñar otras formas de mundo. Qué casualidad que todo lo anterior amerita poner el cuerpo, disponer todas las fibras además de la palabra. No tengo dudas que el arte y el juego existen porque la vida cotidiana no basta.

La tercera certeza es la necesidad de construir sociedades más participativas, y para esto es necesario dejar crecer colectivamente vínculos más sensibles, emocionales y menos racionales. Ponernos en el lugar del otro o de la otra no es un discurso, es un ejercicio y se entrena. Y a no romantizar la participación, que no está exenta de conflictos. Las diferencias, los intercambios, el meterle garra a la defensa de una idea, militarla, levantarla como bandera no debe asustar porque es lo que genera transformaciones, que pucha si las necesitamos.

Avanzando en las certezas, en algún momento deberíamos llegar a la instancia de evitar la diferenciación constante entre mundo adulto y mundo niñez, porque esto inconscientemente implica que las decisiones no lleguen a repercutirse entre los mundos, ya que “creemos que tienen” sus propias lógicas. Por esto es que  necesitamos espacios de debate e intercambio intergeneracional, con todo el proceso y cuidado que esto amerita.

A fuerza de errores y aciertos, necesitamos aprender a escuchar a las chicas y a los chicos, pero a escuchar con atención y con intención. Eso debe transformarse en incidencia política real y no en mera exposición que sabemos que siempre garpa. No. Necesitamos dejar nuestra forma de ser tan brutalmente adulta y empezar a romper un poquito con los esquemas. Para muestras sobra un botón.

Entendiendo que las certezas surgen cuando ponemos el cuerpo, para terminar, quiero contar una experiencia vivida en el desarrollo del programa. Era noviembre y estábamos en la Asamblea Regional de Decisión Niñez en General Pueyrredón, en total había chicas y chicos de 10 proyectos, cada grupo con sus ideas. La elección se estaba disputando entre dos: “Proyecto Toilet”  cuyo objetivo era construir un espacio de baño y descanso en una plaza; y “Proyecto Bondi 720” de adolescentes y jóvenes de un centro cerrado de responsabilidad penal juvenil, que querían armar una garita de colectivo para que las familias puedan esperar el micro. La elección no se resolvía y había un empate. Las adultas del momento estábamos mirándonos entre nosotras, mientras las pibas y los pibes en ronda y sentados charlaban. Un poco desesperadas por los tiempos y también por no defraudarles, sentíamos la necesidad de dar una respuesta rápida y justa que resolviera la situación. En eso estábamos cuando una adolescente de mediana estatura -aclaro esto porque literalmente no la veía entre todas las personas que éramos- empezó a decirme “profe, profe”. En mi lógica adulta yo seguía buscando las soluciones que tenía incorporadas (como otra elección o un sorteo), no logrando prestar atención a la chica que quería decirme algo con mucha insistencia. En un momento, después de gran alboroto y de la intervención de una facilitadora, logré escucharla: “No te preocupes más, ya encontramos la solución, queremos donarle nuestros votos al otro proyecto porque creemos que es más importante».

Podría terminar la reflexión con una conclusión resolutiva y prolija, pero haciéndome cargo de las certezas, creo que todo se resuelve en la frase anterior, tan sintética y cargada de ternura.