ENSAYOS


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Volvía con un compañero de una reunión, contentos porque había salido bien. En el viaje de regreso empezaban a llegar mensajes con información difícil de entender, o quizás no queríamos entenderla. Hablábamos de la reunión y rápidamente volvíamos a leer los mensajes. Una vez que llego, todavía sintiendo cierta alegría, veo en la televisión imágenes increíbles. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo y todo cambió en un segundo. La alegría y la tranquilidad desaparecieron de forma inmediata. Eran imágenes increíbles por la violencia que expresaban, pero también por lo cerca que estuvimos de vivir sin duda una de las tragedias más grandes de nuestra historia nacional.

No quería ver más esa escena repetirse incansablemente, pero tampoco podía despegarme de la televisión. No podía aceptarlo, necesitaba una explicación. Cómo pudo pasar, cómo pudo pasarnos. El tiempo transcurrió diferente. Fue mucho y poco, fue rápido y profundamente lento. Con el paso de las horas los mensajes con compañeros y compañeras comenzaban a menguar. Teníamos una convocatoria, una fecha y una hora. No había más nada que hacer, ni nada más que esperar.


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Intento aceptarlo e irme a acostar. Dormir parecía imposible, un poco por las náuseas, otro poco por el mareo, pero fundamentalmente porque estaba clara la certeza que nuestro país ya no era el mismo. El mapa había cambiado, las condiciones también. La noche fue del terror, de la angustia y el desconcierto.

Llegó la mañana con un único objetivo: abrazarnos y convencernos de que podemos salir adelante. Encontrarnos. Todos y todas relataban sus experiencias. Cuándo se enteraron, qué sintieron, cómo pasaron la noche. Todas las historias estaban plagadas de similitudes. Todos y todas habíamos vivido lo mismo. El dolor empezaba a dejar lugar a la esperanza y el terror a la fortaleza. Estaba claro: no estábamos solos, no estábamos solas.

Hacemos una apología del encuentro no sólo porque creemos que es la mejor forma de que todo cambie, sino también porque tenemos la certeza de que es la única posible. Dijimos muchas veces que cuando decimos encuentro nos referimos a acompañarse, a reírse, a contenerse, a entenderse. Bancamos el encuentro para defender la presencia, para no dejar nunca de estar ahí, de estar juntos y juntas. Hablamos de encuentro porque sabemos que la construcción de una realidad distinta es posible siempre y cuando sea colectiva.

Cuando nos encontramos, cuando nos animamos a ser permeables a esos encuentros nos transformamos con otros y otras. Nos fortalecemos y aparecen los caminos y las formas de transitarlos. Entendemos que somos un montón recorriendo las mismas dificultades, pero con las mismas ganas de superarlas.


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Vivimos épocas difíciles, épocas en las que la cultura del sálvese quien pueda nos empuja a pensar en nuestro propio destino. Todos los días nos quieren convencer de que es mejor estar aislados y aisladas en esta especie de batalla en la que quieren transformar nuestras vidas. No vamos a convencernos de que el peligro reside en nuestros encuentros, ni en nuestras demostraciones de cariño y lealtad. No nos van a hacer creer que la violencia se engendra entre la multitud, cuando lo único que sentimos una vez en ella es alegría y confianza. La única forma de construir la paz social es encontrándonos, con plena disposición al afecto y la solidaridad.

Mientras más intenten sembrar el odio y la desconfianza, más vamos a defender al encuentro. Mientras más quieran evitar los encuentros y perseguir a quien los convoca, los promueve y los representa hace ya muchos años, con más fuerza va a ser nuestra apología.

Hacemos una apología del encuentro para que nunca dejemos de juntarnos, nunca dejemos de abrazarnos. Hacemos una apología del encuentro porque confiamos en la fuerza de la comunidad organizada y en el afecto como motor de transformación.


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