ENSAYOS


(Relato sobre un encuentro que abrazó)


“…Mirándonos a todos, con fábula en los ojos.

Un relámpago trunco, les cruza la mirada.

Porque nadie protege a esa vida que crece.

Y el amor se ha perdido, como un niño en la calle….”

Canción para un niño en la calle

Armando Tejada Gómez – Ángel Ritro




Llego sonriente. Con paso aplomado, pero sonriente.

Su cabello castaño, largo, lacio y fino es coronado al frente con dos trenzas que enmarcan sus ojos. Esos ojos que hoy, como tantas otras veces están iluminados por sentimientos que he aprendido a reconocer luego de algunos años de compartir este sueño irrenunciable de trabajar por un futuro más justo para nuestros pibes.

Intento adelantarme para ir a su encuentro, pero mi esfuerzo es inútil. El efecto de su presencia desata en las almas de los chicos una irrefrenable ansia por demostrarle su cariño.

Hay tiempo para todos. Son su prioridad.

Es por eso que tarda diez minutos en recorrer los veinte metros que nos separan, desde la tranquera de entrada al campo, (de la que cuelga un cartel donde se lee “Finca La Resistencia”, Hogar Pantalón Cortito. La Plata.) hasta la puerta de la cocina donde estoy recostado esperando que esa ronda danzante, alborotada que gira a su rededor se vaya dispersando a medida que derraman besos, caricias, saludos, pedidos, quejas, chismes….y alguno con su cuaderno abierto mostrando una buena nota de la escuela.

Me mira y se acerca a saludar pesadamente como embriagada por esa sobredosis de afecto que acaba de recibir.

Nos confundimos en un abrazo mientras me dice:

– Son terribles, no me dejan caminar – y puedo ver a Carlitos que la sostiene del pantalón vociferando un reclamo repetitivo sobre el libro de ciencias sociales.

– ¿Saliste temprano hoy, no?-  le digo.

– Si tuve que ir a la capital. Por lo de los planes de nación. Estoy muerta. Viste que es un loquero allá-.

– Si. ¿Fuiste en el auto?- pregunto mientras veo como los chicos retoman el partidito de fútbol.

– No, sabes que no me gusta manejar en capital, te pasan por arriba-.

– Y?. Te fue bien?-

Me mira como confundida y responde: – Si. Con los planes… Si.

Pero sabes que es lo que me jode de andar en la ciudad? es ver patente la mierda en la que están metidos los pibes. A parte uno se siente una cagada cuando ve todas esas injusticias. Pero bueno…. a veces entre tantas cosa malas uno puede ver un hilo de esperanza.- dice con cara triste

– Que te pasó?. Pregunto intrigado

– Mira, deje el auto en La Plata y me tome el tren. De paso que iba a capital quería ver si lo encontraba al Pelado.

Vos sabes que el Pelado es un pibe que tiene que estar con nosotros, no sé porqué se tuvo que ir sin avisar. Tiene mucho para dar ese pibe

Como se que siempre anda mangueando en los trenes, me fuí. Pero no lo pude ver. Y eso me puso mal, porque me había ilusionado con encontrarlo.

Llego a Constitución y la cantidad de pibes me parecía que se había triplicado. Pibe por acá con estampita, otro con flores, otros con la bolsita de pegamento. Cuando se me acercaba alguno a pedir o a ofrecerme algo, trataba de conversar con ellos. Les preguntaba con quien estaban, de donde eran, por la familia. Pero para ellos que están acostumbrados a la indiferencia les resultaba rarísimo y a la defensiva se  rajaban a atacar a otra menos rara, diciendo el mismo versito que se tienen aprendido de memoria.

Al salir de la estación pasan al lado mío corriendo tres pibitos. Chiquitos los tres. El más grande tendría 10 años. Los sigo con la mirada y casi me muero cuando los veo que enfilaban para la calle cuando el semáforo se ponía en verde.

Corrí unos pasos y los alcance ya  en la calle. Se habían quedado paraditos. Inmóviles como estatuas, porque fue tal el grito que les pegue que cuando volví a la vereda arrastrando a uno del brazo y a los otros dos de las remeras, me di cuenta que la gente que estaba en la parada del micro me miraba como a una loca.

Hizo una pausa para agarrar el mate que le ofrecía Miguelito y continuó

– ¡¿NO VIERON QUE EL SEMÁFORO ESTABA EN VERDE?! les dije.

Primero pensé que me iban a cagar a puteadas y salir corriendo. Pero no.

Se quedaban ahí. Tan sorprendidos como yo, esperando que termine de decirles cosas de cómo cruzar la calle y  normas de transito y que se yo que más.

Se reían y se echaban la culpa uno a otro empujándose.

El más chico me dice: – Nos ayudas a cruzar-

– Bueno, dale. Pero denme la mano.- dije

Empezamos a cruzar y los dos más grandes salen corriendo a la otra vereda.

El más chiquito sigue cruzando con migo de la mano, muy pancho el tipo me mira y me pregunta: – ¿Vos como te llamas?-

– Susana – le digo.

Cuando le iba a preguntar el nombre salio corriendo atrás de los otros que se habían adelantado unos metros.

Me quede mirándolos para saludarlos a la distancia. Y vi que el chiquito les decía algo a los demás y los otros se reían, burlándose entre empujones y corridas.

Me di vuelta y comencé a caminar en  dirección contraria.

– ¡Susana!, ¡Susana¡- escuche de repente a lo lejos.

Me di vuelta. Era el más chiquito que me llamaba en medio de los dos más grandes.

¡ No´cierto que vos sos mi hermana¡

Dude, primero. Después quise gritarle que si, fuerte…pero no pude.

Tenia la garganta llena de emoción.

Le respondí moviendo la cabeza afirmando y escuche que les decía victorioso a los otros que lo miraban incrédulos…

– ¡Viste, viste, gil que era mi hermana!

Por Marcelo Ballesteros.